martes, 1 de noviembre de 2005

2.000 millas en Fatboy

La historia se remonta a octubre de 2005. La idea, un grupo de personas con un amigo común, Marc Schlussel, reunidos en Los Ángeles para iniciar un viaje de ocho días por carreteras del Oeste de Estados Unidos, en torno a la famosa Ruta 66. Siete Harley Davidson nos esperaban en la oficina de EagleRider, empresa que hasta un mes antes perteneció al bueno de Marc. Tras venderla, decidió compartir con gente que ha ido conociendo a lo largo de su vida una 'última cabalgada'... Lo que ocurrió durante las siguientes 2.000 millas lo puedes leer en este reportaje que publiqué en Magazin Motor, la revista de Rafa Cid.

lunes, 10 de octubre de 2005

Día 8: Las Vegas-Los Ángeles

Día 8, 10 de octubre de 2005. Octavo día; ésto se acaba.

Salimos de Las Vegas a las ocho de la mañana, porque algunos del grupo tenían vuelo temprano desde Los Ángeles. El trayecto hasta L.A. fue largo y tedioso, aburrido. Autopista para cruzar el desierto de Mohave a una velocidad bastante elevada para una Harley. Entre 80 y 90 millas por hora, primero con fresquito y viento, en la recta final con calor agobiante.

Recorrimos cerca de 300 millas, con dos únicas paradas: una al salir de Vegas para poner gasolina, y otra a mitad de camino para comer algo. La entrada en Los Ángeles fue un poco pesada, con un denso tráfico que me recordó al de Madrid y una nube de polución que también.
Dejamos las motos en Eaglerider y disolvimos el grupo tras 8 días de viaje. Sólo Marc, su familia, Steve y yo nos quedamos juntos, porque a mí me salía el vuelo al día siguiente y los Schluessel prolongaban sus vacaciones aquí. La despedida fue un trago extraño; es curiosa la sensación de vivir tantos y tan intensos días con una gente que tal vez no vuelvas a ver. Jean Paul y su hija, Bernard y Sara, Jean Claude, Francoise y Jannick, Jean, Alex,... –bueno, a éste si que lo volveré a ver–. Conocí muy buena gente aquí...

Luego me fui con mi familia adoptiva a casa de Steve y al hotel. Marc me acompañó amablemente a comprar mi capricho, un iPod que no tuve ocasión de encontrar en todo el viaje, tan lleno de tiendas de turismo y poco más.
El hotel está justo al borde del mar, en la marina junto a Redondo Beach. Me impresionó el sonido de las focas al anochecer...
Cenamos en “el mejor restaurante para comer carne en L.A.”, según Marc. La verdad, es que la costilla que cené allí no se parecía a la de ningún otro sitio de estos días. Me invitaron a cenar –y al hotel–, todo un detalle que espero haber sabido agradecer lo suficiente.

Esta noche acabé de enamorarme de la familia de Marc. Los niños son fantásticos –Noemí, Timothy, Margot, Josephine–, y a pesar de mi hándicap con el idioma, disfrutamos mucho juntos; su mujer –Bridgite–, simplemente encantadora. Steve ya me tenía más que convencido de su buen carácter, pero esa noche amplié mi buen concepto de él al conocer a su mujer y a su hija.
Quedamos a pasear por Redondo Beach antes de irme al aeropuerto al día siguiente. Me desperté a las 6:45 y salí a patinar con Steve, con los patines de Marc, y éste paseó con su bici –Marc fue, entre otras muchas cosas, ciclista profesional–. Divertido, sobre todo para Steve, que disfrutó como un enano verme tambalearme sobre los patines en línea. Caí un par de veces y me relajé circulando al borde de la playa, ¡como en las películas!... Me dio especial pena despedirme de ellos dos.
El vuelo de vuelta fue el de la reflexión; ¡un trayecto Los Ángeles - Philadelphia - Barcelona - Madrid - Vigo da para mucho!.

domingo, 9 de octubre de 2005

Día 7: Bryce Canyon-Vegas


Día 7, 9 de octubre de 2005 Séptimo día, penúltimo de ruta.
Hoy el despertador no falló, y nos levantamos pasadas las 6 de la mañana: Steve, Jean y yo. ¡Qué frío!. Los coches tenían una capa de escarcha que nos recomendaba no subir en las motos. El termómetro marcaba 0 grados y el sol comenzaba a asomar cuando subimos hacia “Sunrise Point”. ¡Cómo cambia este tipo de paisajes dependiendo por dónde ilumine el sol!. Nuevas sombras, nuevos matices de naranja... sin duda que el madrugón mereció la pena.

Bajamos por un camino diferente al de ayer y conseguimos unas fotos estupendas. No en vano, Steve es un cotizado fotógrafo de publicidad –¡de coches!–, y se puede decir que sabe bastante de cómo aprovechar una cámara de fotos sobre un buen fondo. Me llamó la atención un grupo de mormones, con su vestimenta antigua y aspecto curioso. ¡Esos sí que habían madrugado!.

Hoy toca viajar a Las Vegas, un viaje sencillo con una parada intermedia en Zion Park. ¡Menudo lugar!. Empieza como una consecución de desfiladeros con enormes rocas de formas redondeadas y diferentes colores, decorados por abetos y surcados por una serpenteante carretera que nos permite contemplarlo todo.

Lo curioso fue encontrarnos con un tunel escavado en una de las montañas; creí que sería corto, pero pasaba con mucho de la milla. En su interior, pequeñas ventanas nos fueron anticipando lo que nos encontraríamos al otro lado: un valle colosal de roca pura y paredes de varios cientos de metros de altura. ¡Enorme!.
El resto del trayecto hacia Las Vegas fue rápido e incómodo, con un fuerte viento que desestabilizaba las Harley a medida que avanzábamos por la autopista. Para llegar a Vegas –así le llaman los “locales”– cruzamos varios desfiladeros, porque la ciudad del juego se encuentra en medio del desierto.

La llegada no me impresionó demasiado. De día, Las Vegas no es más que una ciudad más, con edificios pintorescos, eso sí, pero poco más. La cosa cambia de noche: fuimos a cenar al Caesar Palas –nada menos–. A medida que nos acercamos al centro, las infinitas luces nos descubrieron el show. Me vinieron a la mente palabras como “exagerado”, “indecente”,... La Torre Eiffel, el Arco del Triunfo,... y un auténtico palacio romano, a donde nos dirigimos. En sus bajos se extiende una superficie gigantesca llena de máquinas tragaperras, tiendas y restaurantes, todas bajo una cúpula pintada como el cielo, con sus nubes y todo: genial.
Dividimos el grupo de 18 en dos, y yo me fui con los que eligieron japonés, en un restaurante con buenas vistas al corazón de la ciudad.
Para volver al hotel dimos un pequeño rodeo: Alex, Jean y yo paseamos por el centro para descubrir algunos de los encantos de Las Vegas. Lo mejor fue el Belaggio, un hotel/casino frente al que hay un lago en el que cada cierto tiempo dan un espectáculo de agua y música que te deja con la boca abierta.
Descubrí que en Las Vegas hay un poco de vicio: aparte del juego, la ostentación y el dinero, prolifera la oferta de prostitución y espectáculos de striptease (pena no haber pasado más tiempo... hehe!).
Volvimos al hotel caminando, en un largo paseo que nos descubrió la otra cara de la ciudad: apenas una calle por detrás de la principal no hay nada salvo modestas casas y desorden, un curioso juego de contrastes...
¿Resumen?: Las Vegas no me entusiasmó, era más o menos lo que me esperaba, aunque Steve me recomendó más tarde que volviera para vivir un poco Las Vegas, pasar una semana y descubrir su auténtica esencia, que vale la pena. Ya veremos...

sábado, 8 de octubre de 2005

Día 6: Page-Bryce Canyon

8 de octubre de 2005
Sexto día. Hoy toca cambiar las Harley por un paseo en barco, al menos por unas pocas horas. Hemos quedado a las 7:30 de la mañana, y como siempre, Alex y yo llegamos tarde, con la salvedad de que en esta ocasión, cuando salimos al parking, ya no hay nadie; se han ido todos en la Voyager de Jean Claude y el todoterreno de Steve. Nos toca coger nuestras dos Fatboy y salir pitando hacia el embarcadero... aunque antes toca preguntar dónde es, lo que nos retrasa un poco más.

Cruzamos la presa sobre el río Colorado y entramos en la zona recreativa de Lake Powell –tras pagar 10$–, un espectacular lago bordeado por montañas, penínsulas e islas de roca color naranja. Llegamos a las 8 en punto y Marc salió a buscarnos: “he oído las motos, y he logrado convencer al capitán del barco para que espere”. Carrerita hasta el embarcadero y a navegar.
El sitio es, una vez más, impactante. Navegar por las aguas del río Colorado y adentrarnos por algunos de los recovecos del lago fue genial; el guía nos explicó que ahora el nivel del agua está especialmente bajo, porque lleva mucho sin llover, por lo que las paredes entre las que navegamos son más altas de lo habitual. El paisaje es como lunar, y el reflejo de la roca sobre el agua nos permite sacar buenas fotos.
El paseo duró un par de horas, y al volver vimos algunos enormes peces pidiéndonos comida al borde del embarcadero; parece ser que la pesca es una de las atracciones del lago. Turistas haciendo cola y el aparcamiento lleno; el día acompaña a quienes nos acercamos a conocer esta “atracción”.
Una hora de margen antes de salir con las motos me brindó la ocasión de asomarme al otro lado de la presa, un asombroso cortado 216 metros bajo el que transcurre el río Colorado. Hasta 1964, cuando fue concuida la presa, había que recorrer 200 millas para cruzar a la otra orilla del río.
Hoy toca un trayecto corto, apenas 155 millas hasta Bryce Canyon, otro de los platos fuertes del viaje. La carretera volvió a ser parte del espectáculo, y el destino nos dejó a todos maravillados. Salimos de Page con calorcito –alrededor de 25 grados–, pero a medida que subíamos en altitud, el termómetro volvió a bajar gradualmente. Yo fui el único que no se abrigó a tiempo, y llegué al pie de Bryce Canyon en manga corta y con algo más que sensación de “fresquito” –apenas 10 grados–.

Pagamos 5$ e iniciamos la subida de la montaña, a velocidad reducida –parque nacional– hasta el primer mirador. Lo que allí vimos me recordó un poco a las Médulas, pero multiplicado en dimensiones, con estalactitas de tierra y roca de infinitas formas y tamaños.

Llegamos a la cumbre –Sunset Point–, a más de 2.000 metros de altitud, un fantástico balcón sobre lo que parece una plantación de picos de todos los tonos imaginables sobre la base del naranja, algunos desafiando la gravedad, y con una profundidad que da vértigo.
Casi al final del descenso hacia el hotel –situado al pie de la montaña–, paramos en Sunrise Point para lograr una nueva perspectiva de la maravilla, esta vez desde abajo... bueno, lo que parecía abajo, porque desde ahí, un nuevo mirador sobre un valle más profundo nos dio la ocasión de llegar a la “base del asunto”, tras bajar un serpenteante y estrecho camino durante unos cientos de metros. Allí descubrimos cuánto pueden crecer los pinos en busca de luz, a pesar de estar rodeados de roca. Fantástico lugar, y dura subida, por cierto. Acabamos agotados.
Al bajar, el último regalo del día: unos ciervos junto a la carretera...
Dormimos en el Ruby's Inn, un curioso hotel situado justo a las puertas del parque. Una vez más, quedé con Steve y Jean en madrugar para ver cómo amanece; ¡a ver si esta vez no me falla el despertador!...

viernes, 7 de octubre de 2005

Día 5: Kayenta-Page

7 de octubre de 2005
Quinto día, pasado el ecuador. Me despierto a las 4:20 de la mañana para ir con Steve y Jean a ver el amanecer rojo en Monument Valley. El madrugón merecerá la pena, pero... mier... ¡se han ido sin mi!. Es lo que pasa cuando pones el despertador del móvil sin comprobar que está en hora. Llego 4 minutos tarde a la cita y ya no están. De nuevo a la cama.
Tras desayunar las típicas tortitas con sirope (¡qué ricas!), nos reunimos para la quinta porción del viaje. Hasta nuestro primer destino apenas son 40 millas, pero una vez más el trayecto es un placer en sí. Básicamente, Monument Valley es una planicie salpicada de montañas de tierra roja. Esto si que es lo que he visto mil veces en las pelis de vaqueros que tanto le gustan a mi padre. Interminables rectas, pequeños cambios de rasante y alguna que otra curva hasta superar por primera vez el límite de Arizona y asomarnos a Utah. ¡Esta zona es una auténtica reserva de indios Navajo!, como se encargan de recordar con insistencia los carteles que vamos dejando atrás.

Tomamos una perpendicular a la carretera hacia las montañas más pintorescas (no sé si llamarlas así, o elevaciones, o simples columnas de tierra...). Una vez más, pagamos peaje, 5$, y eso que se puede ver desde otros sitios, pero a esta gente apetece pagarles...
El sitio es de nuevo impactante. Se acaban los adjetivos ante tanta maravilla. Me acuerdo de ese anuncio de la tele que habla del “síndrome de Stendhal”, una crisis nerviosa que se sufre cuando no se puede soportar tanta belleza. Elevaciones por todos lados, unas pequeñas y puntiagudas, otras grandes y chatas... de foto; Steve sacó unas cuantas de grupo que guardaré con cariño.
Desde aquí seguimos la ruta (US 163) unas cuantas millas, como hacia Mexican Hat (otro monumento de la Naturaleza), pero esta vez nos detuvimos antes de llegar. Tocaba otra sesión de fotos, esta vez en las Harley por una fantástica recta con Monument Valley de fondo. De nuevo, Steve se esmeró, ahora desde el coche; ¡alguna de esas la enmarco, seguro!.
Para dirigirnos a Page, nuestro próximo destino, tuvimos que desandar camino hasta Kayenta, donde comimos en un restaurante regentado y frecuentado por indios. Bueno y barato.
El último tramo del día volvió a ser magnífico. Llegamos a nuestra ciudad dormitorio junto a Lake Powell hacia las cuatro de la tarde. Reconstituyente baño en la piscina y a cenar. Lo hicimos en un típico restaurante vaquero, con banda de country incluida, y la verdad es que lo pasamos bien; lo que comenzó como una pequeña broma de lanzamiento de papeles entre mesas, acabó a cerbatanazo limpio... ¡como niños!.
Mañana se anuncia sorpresa...

jueves, 6 de octubre de 2005

Día 4: Sedona-Kayenta

6 de octubre de 2005

Cuarto día. Todavía recuperándonos de la belleza de Sedona, hoy toca otro recorrido de esos para disfrutar. Y es que, lo mejor de este viaje no son los sitios que visitamos, sino cómo vamos de uno a otro. Viajar en Harley por Arizona es una experiencia que no se puede describir con palabras, y que ni siquiera las fotos expresan con fidelidad.

Estaría todo el día filmando o fotografiando cada rincón del trayecto, que desde la moto es especialmente impactante. No dejo de pensar en dónde estoy y cómo voy, es un sueño hecho realidad; sólo me da pena no poder compartirlo con mi gente.

Aquí también salí a correr por la mañana, la forma ideal de descubrir un poco más de cerca el pueblo y reafirmarme en la idea de que se trata de un lugar para repetir. A primera hora, justo después de desayunar en un Starbuscks, fuimos a buscar la foto de grupo que teníamos pendiente, y Steve encontró el enfoque perfecto.
Salir desde Sedona fue otro regalo. La carretera de montaña entre desfiladeros de rojo puro, alternando sol y la sombra de los abetos, es realmente para repetir. Una buena subida con curvas de hasta 15 millas/hora, todos en fila y ordenaditos, disfrutando del entorno.
Hasta el parque de Grand Canyon tiramos unas buenas 126 millas, a veces en carretera, a veces en autopista (interestatal), donde los camiones continuaron adelantándonos a pesar de circular con frecuencia por encima de 80.
La primera mitad del trayecto la realicé con chaleco, pero a partir de la segunda parada preferí la chaqueta, porque a medida que pasaban las millas bajaba el termómetro.
Comimos justo antes de entrar en el Parque Nacional de Grand Canyon, en una típica cantina medio mexicana. Carne, cómo no...
Para entrar en el Parque, Marc nos recomendó que fuéramos separados, porque cobran por grupos y es mejor entrar de forma individual. 10 dólares.
A medida que se iba intuyendo el Cañón entre la maleza, me acordé de Seo. Hoy he descubierto que su descripción fue mejor de la que pueda yo escribir. Grand Canyon es impactante, sobrecojedor, infinito,... sorprendente a pesar de haberlo visto mil veces. Puedes fijar la vista en cualquier punto creyendo que es el final, y cuando enfocas te encuentras con que le sigue otro desfiladero, y otro, y otro... Te sientes minúsculo y a la vez afortunado de vivir en un entorno que te regala este tipo de cosas.

Primero seguimos al resto de turistas al típico mirador, pero enseguida buscamos uno propio, con Jean en cabeza, cómo no, un tipo que ha subido los ocho ochomiles, tiene el récord de ascensión por la cara norte del Everest y fue el primero que descendió desde el techo del mundo en una tabla de snowboard... Conseguimos unas fotos de esas para presumir...
Desde Grand Canyon, bordeando parte de su depresión, tiramos hacia Kayenta, donde dormimos justo al pie de Monument Valley, otra de las maravillas del mundo. Apenas llegamos con la luz justa para intuir lo que nos espera mañana, pero ya estoy deseando que pase la noche para descubrirlo.