martes, 4 de octubre de 2005

Día 2: Palm Desert-Kingman

4 de octubre de 2005
Segundo día. Creí que las más de 200 millas de ayer me iban a pesar, pero la verdad es que me he despertado sin “resaca”. La primera impresión confirma la última de ayer, cuando llegamos de noche a Palm Desert: es una ciudad en medio de la nada. Hoy toca adentrarnos en esa “nada”.

Salimos hacia las 9:30 horas. “El plan para hoy es desierto, desierto y más desierto”, nos avisa Marc. Antes, como cada 100 millas, cargamos los depósitos, labor que realiza Steve –el cuñado de Marc, un fotógrafo especializado en coches que vive cerca de Los Ángeles– con paciencia y buen humor al menos un par de veces al día. Más adelante hablaré de Steve, con el que he entablado una muy buena relación.

Tardamos más de lo que hubiera imaginado en cruzar la ciudad, con sus amplias calles llenas de palmeras y edificios bajos; muchos semáforos y 25 millas/hora en el marcador.

He decidido cambiar la chaqueta por un chaleco, y comienzo a agradecerlo. Hay cerca de 30 grados y el termómetro amenaza con seguir subiendo.
Al principio nos acompaña una maleza grisácea a los lados de la carretera, que seguimos por unas decenas de millas.
La única Dyna Glide del grupo ha decidido darnos la lata, y su embrague clama por una revisión, lo que hacemos en el primer taller Harley que encontramos (no parece ser ningún problema encontrar uno en esta parte del mundo). Pasamos ahí más de una hora hasta que nos lo arreglan y seguimos camino, que hoy se presenta especialmente largo. Vuelvo a ponerme la chaqueta; la arena hace un poco de daño cuando vas en una moto sin carenado...

En cuanto abandonamos la carretera –tras sorprendernos con la inmensa plantación de molinos de viento de esta parte de California– y nos desviamos hacia la izquierda, la maleza comienza a desaparecer a medida que nos adentramos en el desierto puro. Después de subir una millas, iniciamos el descenso, y tras pasar una curva con cambio de rasante surge la sorpresa de la jornada: una inmensa planicie totalmente teñida de blanco.
Nuestro guía decide que paremos frente a lo que parece un mar de nieve: “¿a que es increíble que estemos en el desierto?”. Son los Salt Flats del desierto de Mojave. El suelo cubierto de sal nos brinda la ocasión de hacer las primeras fotos de grupo y relajarnos. La estampa de las Harley en semejante escenario es simplemente preciosa.

Continuamos hasta que un largo convoy nos impide seguir por un par de minutos, y paramos frente a la barrera de la vía del tren, como en las películas. Esperamos a que suba y seguimos. La arena me acribilla los brazos; y es que en estas carreteras totalmente inhóspitas circulamos a más de 80 millas por hora, aunque no se permita más que 60...
La estabilidad lineal de una Fatboy sin carenado es algo que es preferible no poner a prueba, como pude sentir al subir el marcador hasta rozar el 100 (unos 160 km/h). Pasamos por el parque de Josua Tree (ni me podía imaginar entonces que volvería a visitarlo en Harley, yo solo, al año siguiente) y comemos en un Burger King...
Para dirigirnos a Kingman, el destino de hoy, cogemos la autopista, y a medida que pasan las millas se va haciendo de noche. En esta carretera más poblada cumplimos las 75 millas/hora legales, pero los enormes trailers no; he de reconocer que impone que te adelanten semejantes monstruos a cerca de 100 millas por hora, y más con el viento que sopla hoy, que me recuerda por enésima vez las limitaciones aerodinámicas de mi Fatboy.
Llegamos a Kingman, hotel Best Western. Cenamos en un restaurante típico de cowboys (no hubiera preferido ninguna otra cosa). Más carne y a dormir, que hoy han sido 300 millas y el cuerpo pide una tregua.

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