domingo, 9 de octubre de 2005

Día 7: Bryce Canyon-Vegas


Día 7, 9 de octubre de 2005 Séptimo día, penúltimo de ruta.
Hoy el despertador no falló, y nos levantamos pasadas las 6 de la mañana: Steve, Jean y yo. ¡Qué frío!. Los coches tenían una capa de escarcha que nos recomendaba no subir en las motos. El termómetro marcaba 0 grados y el sol comenzaba a asomar cuando subimos hacia “Sunrise Point”. ¡Cómo cambia este tipo de paisajes dependiendo por dónde ilumine el sol!. Nuevas sombras, nuevos matices de naranja... sin duda que el madrugón mereció la pena.

Bajamos por un camino diferente al de ayer y conseguimos unas fotos estupendas. No en vano, Steve es un cotizado fotógrafo de publicidad –¡de coches!–, y se puede decir que sabe bastante de cómo aprovechar una cámara de fotos sobre un buen fondo. Me llamó la atención un grupo de mormones, con su vestimenta antigua y aspecto curioso. ¡Esos sí que habían madrugado!.

Hoy toca viajar a Las Vegas, un viaje sencillo con una parada intermedia en Zion Park. ¡Menudo lugar!. Empieza como una consecución de desfiladeros con enormes rocas de formas redondeadas y diferentes colores, decorados por abetos y surcados por una serpenteante carretera que nos permite contemplarlo todo.

Lo curioso fue encontrarnos con un tunel escavado en una de las montañas; creí que sería corto, pero pasaba con mucho de la milla. En su interior, pequeñas ventanas nos fueron anticipando lo que nos encontraríamos al otro lado: un valle colosal de roca pura y paredes de varios cientos de metros de altura. ¡Enorme!.
El resto del trayecto hacia Las Vegas fue rápido e incómodo, con un fuerte viento que desestabilizaba las Harley a medida que avanzábamos por la autopista. Para llegar a Vegas –así le llaman los “locales”– cruzamos varios desfiladeros, porque la ciudad del juego se encuentra en medio del desierto.

La llegada no me impresionó demasiado. De día, Las Vegas no es más que una ciudad más, con edificios pintorescos, eso sí, pero poco más. La cosa cambia de noche: fuimos a cenar al Caesar Palas –nada menos–. A medida que nos acercamos al centro, las infinitas luces nos descubrieron el show. Me vinieron a la mente palabras como “exagerado”, “indecente”,... La Torre Eiffel, el Arco del Triunfo,... y un auténtico palacio romano, a donde nos dirigimos. En sus bajos se extiende una superficie gigantesca llena de máquinas tragaperras, tiendas y restaurantes, todas bajo una cúpula pintada como el cielo, con sus nubes y todo: genial.
Dividimos el grupo de 18 en dos, y yo me fui con los que eligieron japonés, en un restaurante con buenas vistas al corazón de la ciudad.
Para volver al hotel dimos un pequeño rodeo: Alex, Jean y yo paseamos por el centro para descubrir algunos de los encantos de Las Vegas. Lo mejor fue el Belaggio, un hotel/casino frente al que hay un lago en el que cada cierto tiempo dan un espectáculo de agua y música que te deja con la boca abierta.
Descubrí que en Las Vegas hay un poco de vicio: aparte del juego, la ostentación y el dinero, prolifera la oferta de prostitución y espectáculos de striptease (pena no haber pasado más tiempo... hehe!).
Volvimos al hotel caminando, en un largo paseo que nos descubrió la otra cara de la ciudad: apenas una calle por detrás de la principal no hay nada salvo modestas casas y desorden, un curioso juego de contrastes...
¿Resumen?: Las Vegas no me entusiasmó, era más o menos lo que me esperaba, aunque Steve me recomendó más tarde que volviera para vivir un poco Las Vegas, pasar una semana y descubrir su auténtica esencia, que vale la pena. Ya veremos...

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